viernes, 8 de febrero de 2008

Condimentos fuertes y simples

Después de un cierto tiempo trabajando con materiales bastante variados, comprobé que el denominador común, la cualidad primordial de todos éstos, lo que hacía que se ligaran mutuamente, era la posibilidad de producir emoción con una belleza descarnada.
Los pirmeros cuestionamientos que surgieron, giraron en torno a una posibilidad doble, por un lado: el dolor visceral que puede generar la belleza, ese impacto violento; y en segundo término (una suerte de antítesis de la misma reflexión): ¿acaso en la experiencia del dolor no puede hallarse lo bello?
Si hablo de cosas horribles, es porque busco el camino para encontrar la belleza de un modo tangencial y sorpresivo. El dolor horada, es un agente del desgaste, y la corrosión que produce deja una marca reconocible e imborrable. Así, la experiencia del dolor es lo que permite comprender lateralmente su belleza.
"Los días de Raymundo están contados" busca recuperar el terreno de la emoción, del estado de conmoción total que el arte puede producir. Por supuesto, no a cualquier precio. No hablo de lugares comunes, ni sensiblería barata, me refiero a la emoción genuina, a lo que sucede cuando algún material roza (o arrasa) una fibra íntima propia, produciendo un anclaje. Ése anclaje, ese socavón, perdura independientemente del espectáculo en sí y de las impresiones generales que puedan subsistir en la memoria dinámica del espectador.
Sin embargo, y a pesar de esta reflexión, busco alcanzar estos climas con la mayor de las simplezas. A riesgo de pecar de ingenuo, asumo la postura de defender que la comprensión conlleva simplicidad; y la cuenta regresiva de la agonía impone que todos los que estén alrededor, de una u otra forma articulen lo que sucede y (sobre todo) los que les vaya a suceder.

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