domingo, 10 de febrero de 2008

Chéjov en los pulmones de Carver

Ciudad de Badenweiler a principios del Siglo XX
"Los pulmones de Chejov eran un hervidero de miasmas tuberculosos. Con el ánimo de mejorar, pasaba una temporada en el balneario de Badenweiler junto a Olga, su mujer, su cachorro, su alegría. Miraba el horario de los trenes de la tarde y los próximos barcos con destinos a Marsella u Odessa, como si en una semana fuera a estar mejor y pudiera tomar alguno de esos destinos. Chejov describía la anónima realidad rusa que percibían sus sentidos, no buscaba mostrar una convención social, sino mostrar la forma en que unos personajes amaban, se desposaban, procreaban y morían… y cómo hablaban. Seres humanos que no podían ser censurados por un acto de amor. En cierto modo, Chejov carecía de una visión del mundo filosófica, religiosa o política. Últimamente a Chejov le faltaba la vida, le costaba leer sin recobrar el aliento, resuellos en la cama al moverse, fiebre y sangre a borbotones en cada golpe de tos. Chejov sabía que no había remedio, que un mal para el cual haya muchos tratamientos quería decir que no se podía curar. A sus 44 años sabía que la felicidad no existía, ton sólo existía el deseo de ser feliz. Y por eso Olga no lo dejaba. Olga llamó al doctor Schwohrer cuando Chejov comenzó a delirar en pleno acceso febril. No se debe poner hielo en un estómago vacío. A las tres de la mañana de aquella noche de julio de 1904, hacía un bochorno sofocante en la habitación donde yacía Chejov. A las tres de la mañana el doctor Schwohrer pidió una botella de champaña al recepcionista. Pidió tres copas para brindar los tres. Hacía tiempo que Chejov no bebía champaña. Y bebió, y brindó con Olga. Tras unos minutos, el doctor Schwohrer soltó la muñeca de Chejov, cerró el reloj de bolsillo, lo guardó en el chaleco, miró a Olga y le anunció que había muerto. Al amanecer, un joven recepcionista llegó a la habitación con un jarrón y tres rosas amarillas.

Los pulmones de Raymond Carver se abrieron con un golpe de tos y escupió sangre por la boca. A sus 50 años se le había diagnosticado un cáncer de pulmón. Había invasión cerebral. No pasó un año entre que Ray conoció el diagnóstico y falleció. Tess no se separaba nunca de él. Había dejado hacía unos años el hábito impenitente de beber, pero seguía perfilando con apreciable escepticismo los personajes reales de una América en ruinas, olvidada, solitaria, alcohólica y parada. Admiraba a Chejov y ahora más que nunca lo comprendía y lo amaba. De tal manera que fue incorporando sus textos a los suyos propios, confiriéndoles una nueva dimensión. Se alejo del relato y se centró en la poesía. Cuando uno se acerca a la muerte surge una vocecita que dice, no lo creas, no vas a morir. A veces las palabras se dilatan como actos. Carver tenía la sensación de que Chejov avanzaba en un carruaje a través del frío y la nieve, acercándose, como en un sueño, a él. Como él, conocía el sabor de una sopa hecha con cabeza de pescado y había oído discutir a padres borrachos, con la calma con la que se asume lo ya vivido desde la infancia. Prosa y poesía se entrecruzaban, así como presente y pasado. Dos meses antes de morir, Ray se casó con Tess en una capilla de Reno con un corazón de bombillas rojas en la ventana y unas fichas del casino en el bolsillo. Desde entonces vivía los días como una propina cósmica, jornadas alegres y vacías al lado de Tess. Al tiempo que incorporaba a Chejov a su poesía, era consciente de que cada elección hecha ahora, hoy, se proyectaba hacia atrás y cambiaba las acciones pasadas. La certeza de la muerte, de ir río abajo, le hacía admitir sus miedos para poder mantener la calma en ciertas noches de perros. No dejó de trabajar en su libro. La noche del 2 de agosto de 1988 Tess le dio a Ray tres besos de buenas noches. No tengas miedo. Ahora duérmete. Te quiero. Carver nunca volvió a abrir los ojos."
(extraído de http://bruto.muzaidin.com/2007/tres-rosas-amarillas/)

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